por T. Austin-Sparks
Capítulo 8 - "Sobre Todo... Fe", Y Una Reflexión Final
Leyendo: Ezequiel 43:1-2, 4-5, 7; Efesios 1:12, 3:21; 5:25-27; Colosenses 1:27; 1 Pedro 4:14; Hebreos 10:37-39, 11:1
En estas meditaciones hemos estado observando ciertos rasgos de la casa espiritual de Dios de la cual los que somos del Señor somos piedras vivas. Hemos estado intentando ver lo que significa ser piezas vivas de una casa espiritual, y hay dos cosas que ahora permanecen que confío el Señor nos permita comentar. Una es algo que gobierna todos estos asuntos y la otra es el rasgo definitivo de esta casa espiritual. Lo expreso de esta forma porque creo que será de gran ayuda tratar esto último en ese orden, y lo uno nos llevará irremediablemente a lo otro, como estáis a punto de ver.
Lo que en esta casa espiritual de Dios gobierna todos los rasgos, los atributos espirituales, es la fe.
LA FE EN RELACIÓN CON...
1. LA EXALTACIÓN DEL SEÑOR JESÚS
El primer atributo que consideramos fue que esta casa espiritual, de la cual somos parte viva si estamos en Cristo, existe para manifestar de una forma viva la exaltación del Señor Jesús. Vimos cómo esa fue la primera mención gloriosa en la historia de la Iglesia en el día del Pentecostés.
A este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo. (Hechos 2:36)
Exaltado por la diestra de Dios... ha derramado esto que vosotros veis y oís. (Hechos 2:33)
Fue una gloriosa expresión y testimonio de la exaltación del Señor Jesús, y la Iglesia es constituida con ese propósito, no para mantenerlo en primer lugar como parte de su doctrina, sino siendo de por sí la viva exhibición del hecho mismo en esta dispensación y reteniendo ese testimonio de una forma viva hasta el fin.
Pero veremos que ese asunto, como sucede en todos los demás, en breve se convierte en una cuestión de fe. En el día del Pentecostés no parecía que fuera una cuestión de fe. El Espíritu vino y llenó a los que habían creído, los bautizó por dentro y por fuera, y en aquella poderosa marea del Espíritu nos les fue difícil proclamar y dar expresión a la exaltación del Señor Jesús. Y eso es cierto como principio, aunque quizás no tenga la misma forma de exteriorizarse cuando se experimenta por primera vez una unión viva con el Señor Jesús en cada caso particular de los hijos de Dios. Entonces no es difícil para nosotros proclamar y anunciar con nuestros propios rostros que Jesús es exaltado, que Jesús es Señor, que Jesús vive. Esa es nuestra primera muestra de testimonio cuando recibimos el Espíritu. Es lo primero que se expresa a sí mismo en un creyente. Pero todos hemos vivido lo suficiente como para saber que no siempre es así de fácil. No siempre llega con tanta espontaneidad. Llegamos a una hora en la que, aunque el hecho permanece, tenemos que aferrarnos al hecho a base de fe pura y dura.
Tenemos que contestar a las aparentes contradicciones que ese hecho conlleva con un dictamen de fe; pues las cosas se salen de su lugar y hay una potente reacción del enemigo ante nuestro testimonio y nuestra posición, y tenemos que asirnos al hecho con una fe ciega; no una fe que siente, ni una fe que ve, sino una fe insensible y ciega con la que tenemos que mantener nuestra posición de que Jesús es Señor, Jesús es exaltado, Jesús está en el trono; y sólo mediante la fe derramada sobre el hecho mismo cruzamos el río en victoria, y ese testimonio se convierte en algo poderoso para nuestra liberación en nuestra propia existencia.
Así pues la fe gobierna este asunto y veremos que, a medida que nos aproximamos al fin, el desafío al Señorío, a la exaltación, al Reinado, a la coronación del Señor Jesús, se intensificará hasta puntos insostenibles. Será un desafío amargo y habrá una situación en la que nada excepto la fe, la fe desnuda por parte de los escogidos de Dios, les mantendrá en pie por la esperanza de esa verdad, que después de todo Jesucristo tiene los reinos de gobierno en Sus manos. Si hay algo cierto acerca de los vencedores que en verdad vencen es que vencen por la fe; y la fe es tan sólo fe. Así que no esperemos que tras todo cuanto hemos oído y en lo que nos hemos gloriado esto va a ser otra cosa que un testimonio de fe. No va a ser una vida de saber por continua evidencia, por demostraciones, por pruebas, por continuas sensaciones, que Jesús está reinando sin que haya ninguna duda al respecto. Esto no va a ser así. No esperéis que vaya a ser una cosa así. La Palabra de Dios deja muy claro que no se trata de eso. Tened bien en cuenta el contexto, por ejemplo, de los versículos que leemos en Hebreos 10.
Porque aún un poquito, y el que ha de venir vendrá, y no tardará. Mas el justo vivirá por fe, y si retrocediere, no agradará a mi alma.
2. LA MINISTRACIÓN PARA EL SEÑOR
Más tarde hablamos de otro rasgo de esta casa espiritual, de que tiene su existir para ministrar para la satisfacción y el placer de Dios. ¡Es una idea genial! Es un pensamiento muy agradable, algo precioso, pensar de que uno existe para ministrar para el buen placer de Dios, para la satisfacción de Dios, para la gloria de Dios, y a lo mejor nos vuelve a suceder que nada más empezar tenemos la sensación de que no es una propuesta tan ventajosa como aparenta. Cuando vivimos en esos primeros días cuando florece la experiencia espiritual pensamos que el Señor está muy contento y agradado con nosotros, y nosotros estamos muy felices con el Señor y todo está muy bien, y el Señor obtiene algo. No es tan difícil pensar en este asunto de ministrar para el buen placer de Dios.
Pero de nuevo descubrimos que, como aquellos que le pertenecen, somos guiados hasta el desierto. Hay una parte de nuestro ser que debe ser tratado, ese lado de nosotros que ha mantenido el hábito de salirse con la suya, de tener la preeminencia, de efectuar los dictámenes y dirigir las cosas, y eso tiene que rendirse y la otra cara, es decir, aquello que es del Señor, debe alzarse por sobre todo, y llegamos a esa esfera de la que habla el apóstol... “Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne, y estos se oponen entre sí” (Gálatas 5:17). Hay algo que está ocurriendo en nuestro interior, y cuando salimos a pasear en ese desierto y estamos en las profundas realidades de la prueba la demanda de fe no es poca cosa. Pienso en los 40 años de Israel en el desierto mientras el Señor trataba con ellos en esa línea marcada por la disciplina para traerles a ese aspecto de la Cruz representado por el Jordán, donde ya no sólo se trata de un asunto de ser justificado por la fe, sino de ser librados de sí mismos por medio de la fe: y eso supuso un tremendo ejercicio de fe cuando el Jordán se desbordó por todas sus orillas. Pero aconteció en el desierto y es en el desierto donde se nos enseña, bajo la mano del Señor, que ninguna carne se ha de gloriar en Su presencia; que en nosotros, esto es, en nuestra carne, no mora ninguna cosa buena, y lo tienen que llevar a nuestro interior para que no sólo sea teoría sino una terrible y desesperante realidad. Por ello es que clamamos, “¡miserable de mí!”.
En esa hora te preguntas seriamente si existe algún ministerio que sea para la gloria y el placer de Dios. ¡Parece todo menos eso! Y aún así, amados, cuando sufrimos todo eso bajo la mano de Dios allí afuera en el desierto, el hecho mismo de reposar nuestra fe en el Señor para que perfeccione lo que a nosotros nos afecta, para que consiga completar aquello que ha comenzado para el día de Jesucristo, es algo que ministra, y mucho, para el placer y la satisfacción de Dios. Tan sólo captad el cuadro en su simbólica puesta en escena con Israel en el desierto. Ahí en medio estaba el Tabernáculo, y ahí mismo estaba Dios en ese Tabernáculo, en el Lugar Santísimo, en la gloria “Shekinah”. Todo el tiempo Él estuvo dentro en la gloria “Shekinah” pero afuera, bueno, afuera había un enorme desierto, y tenemos aquellas grotescas y asquerosas telas que cubrían el Tabernáculo, y la gloria estaba oculta. Toda la belleza estaba oculta y las mantas externas no eran cosa bonita ni gloriosa, y el pueblo del Señor vivía un tiempo muy difícil.
Pero en cualquier momento, en el día más oscuro, en la hora más difícil, cuando las cosas se ponían más desesperantes, si en cualquier momento hubieras mirado en el interior la gloria estaba ahí mismo y sólo era un asunto de fe. Si su criterio lo hubieran construido en base a las apariencias, podrían decir, “ah, no podemos ver al Señor; todo esto es poco interesante y poco glorioso, y esta situación es una situación deplorable y todo esto que estamos pasando y esta falta de visión con respecto a la presencia del Señor... bueno, ¡aquí no hay nada! ¡Yo abandono!” Una y otra vez en el Nuevo Testamento el Señor vuelve sobre ello para advertir a la Iglesia de dicha actitud. “No pudieron entrar a causa de incredulidad” (Hebreos 3:19). Y su incredulidad actuó de esta manera, “¿está el Señor con nosotros o no?” Aquello airó tanto al Señor que Él se negó a dejar entrar en la tierra a esa generación. Hicieron la última de las preguntas, ¿está el Señor con nosotros o no?
¿Por qué preguntaron eso? Por causa de las apariencias y dificultades. La gloria estaba velada y sólo en raras ocasiones esa gloria era mostrada. La mayor parte del tiempo no se veía gloria alguna. ¡Ah, y qué hay de esa palabra, Cristo en vosotros, esperanza de gloria! Pues bien, esa es la palabra que el Apóstol por medio del Espíritu dirige a la Iglesia en su hora de dificultad, de adversidad, de disciplina, de prueba, de situaciones, y dice, en efecto, “Ah, sí, así están las cosas por fuera, así están las cosas según las circunstancias, pero Cristo en vosotros es la esperanza de gloria”: y la esperanza que se ve no es esperanza. Aún esto es un asunto de fe.
No siempre sentimos a Cristo en nosotros. No vivimos cada instante en la conciencia de que el Señor está dentro nuestra; pero lo está, tan cierto como la gloria Shekinah estaba ahí dentro del Lugar Santísimo cuando no había nada por fuera que lo evidenciara. Lo podrías haber probado en cualquier momento si hubieras podido echar un vistazo adentro. Es igual con la casa espiritual del Señor, la cual somos nosotros. Él está ahí y tenéis que tomar una actitud respecto a esta situación externa mediante la cual el Señor nos está trayendo a una nueva esfera, a una nueva posición que después de todo no es el fin, no es lo preeminente: el Señor mismo ha dicho, “Nunca os dejaré.” La fe se aferra a ello cuando parece no haber nada en nosotros que contribuya a la gloria y satisfacción del Señor, una fe que se aferra a la fidelidad de Dios y confía en que Él lleve a cabo su trabajo en nosotros hacia la perfección es por sí misma una ministración para el buen placer de Dios.
Lo podéis entender si lo veis desde el otro lado. Cuán desagradado estaba Dios con aquella generación. De ellos dijo Él, “no entrarán en Mi descanso.” ¿Por qué estaba descontento? Porque creyeron que Él no podría llevarles a ningún lado. Se rindieron a las apariencias en sus propias vidas.
3. MINISTRANDO PARA LA VIDA DE OTROS
Después la tercera cosa de la que hablamos era que la Iglesia está aquí como una casa espiritual con el propósito de ministrar para la vida de otros, la vida del pueblo del Señor, y aquí sigue válido el mismo principio. Es una idea tan buena, es un pensamiento tan excelente: ministrar para la vida de otros, ¡es espléndido! Ojalá pudiera ser, es decir, que es algo grandioso ministrar para la vida de otros y la propia sugerencia nos da fuerzas y nos hace sentir mejor. Pero os acordáis de lo que dijo el Apóstol Pablo: “De manera que la muerte actúa en nosotros, y en vosotros la vida” (2 Corintios 4:12). Como veis una y otra vez se trata del vellón de Gedeón, deshidratado, seco, y todo alrededor húmedo, y muchas veces nuestro ministerio de vida a otros es así. Somos igual que los huesos secos, un vellón deshidratado. No somos conscientes de estar llenos de vida para otros y a menudo sucede que es justo entonces cuando otros reciben algo, y eso es para gloria de Dios. Oh, decimos, ¡nunca me hubiera imaginado que hubiera bendición en aquello! Bueno, el Señor no dejó que nuestra carne se gloriara en la ministración de vida a otros, pero la estaban obteniendo.
Veis, de nuevo es un asunto de fe. No creáis que este ministrar de vida a otros va a ser siempre algo de lo que somos conscientes, de que estamos llenos y rebosantes de vida y las personas lo están recibiendo. Para nosotros significa un recio aferrarse a Dios en fe y otros obtienen la bendición y nosotros nos quedamos con la boca abierta. Entra dentro de lo posible. Tened pues fe; cumplid vuestro ministerio en fe.
Irá andando y llorando el que lleva la preciosa semilla; mas volverá a venir con regocijo, trayendo sus gavillas (Salmos 126:6).
Llorando, pero en fe. La recompensa de la fe es una grandiosa “certeza.”
4. UNA REPRESENTACIÓN LOCAL Y CORPORAL DE CRISTO
Más tarde nuestro último atributo de la casa espiritual era que está aquí para ser una representación corporal y local del Señor Jesús. Meditamos en esa palabra Suya, “Donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mateo 18:20), y la tomamos de base como una afirmación que apuntaba con su dedo hacia la grandiosa verdad del Cuerpo de Cristo, que doquiera haya dos o tres miembros de Su Cuerpo esa es una representación y expresión de Cristo en ese lugar.
Pero veo de nuevo que por lo general esto sólo puede llegar a buen puerto mediante la fe. “Donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”... pero la fe tiene que alzarse con ímpetu, muy deliberadamente, y poner sus manos sobre ello. Sabéis, podéis ser dos o tres reunidos en algún lugar pero puede que haya poca o ninguna manifestación o expresión de la presencia de Cristo. Tenéis que juntaros en fe. Tenéis que manteneros unidos en fe. Tenéis que pisar firme sobre Su certeza y atestiguaros a vosotros mismos que reposáis sobre esa certeza, y a medida que nos adueñamos de la verdad del Cuerpo del Señor el asunto se convierte en una realidad. No la convertimos en realidad por la fe sino que sacamos la realidad a la luz por medio de la fe. El Señor busca un pronunciamiento definitivo sobre estas cosas y una garantía de fe. Estamos aquí; sí, pero no estamos aquí meramente como dos o tres reunidos en el nombre de Jesús de un modo pasivo. No habrá expresión de la presencia del Señor cuando las cosas son así. Nos reunimos en fe y nos unimos en la fe de que habrá una expresión del Señor por estar nosotros aquí; y, a menos que nos reunamos de ese modo, no será más que una congregación, un servicio, un ir y venir.
Cuando nos juntamos de una forma viva con una fe viva no se trata de una dirección postal donde hemos venido a escuchar sino que definitivamente hemos venido a encontrarnos con el Señor, y el Señor nos ha garantizado que reunidos en Su nombre le habremos de encontrar. Si ese es nuestro espíritu, nuestra actitud, habrá cierta expresión viviente del Señor. La fe es un factor grandioso en el asunto de la vida corporal para que haya una manifestación real de sus valores. No soy capaz de decir nada más al respecto.
5. TESTIMONIO EN PRO DEL DERROCAMIENTO DE SATANÁS
El quinto atributo era que esta casa espiritual está aquí para testificar de un modo vivo para el derrocamiento de Satanás. Bien, ese es un hecho; Satanás ha sido derrocado por Cristo. En lo que respecta al Señor Jesús el derrocamiento de Satanás ha sido cumplido y establecido, y en el día del Pentecostés no había dificultad alguna en que lo creyeran, disfrutaran y proclamaran. Pero sus ojos vieron días en que las cosas no funcionaban igual. Vivieron días en que parecía que Satanás no parecía derrocado en absoluto, daba la impresión de cualquier cosa excepto que lo hubieran puesto fuera de circulación. Le vieron hacer supuestamente lo que le venía en gana, que las cosas le salieran a su gusto. Le vieron traer la muerte sobre sus condiscípulos creyentes y compañeros de ministerio. Contemplaron los saqueos del Maligno a diestra y siniestra. ¿Significa esto que lo que dijeron en una ocasión con tanta fortaleza y convicción ya no era cierto, y que incluso entonces estaban errados? ¡En absoluto! Este asunto tiene que convertirse en un asunto que versa sobre la fe del pueblo del Señor. El derrocamiento de Satanás en lo que respecta a este mundo es un asunto de la fe militante de la Iglesia.
Lo extraigo todo de Efesios. Después de que el Apóstol nos da cuenta de la armadura completa que debemos ceñirnos en este conflicto espiritual contra los ardides del Diablo, dice, “sobre todo, poneos el escudo de la fe.” Nuestra pobre lengua queda en mal lugar a la hora de expresar lo que Pablo dijo. Pablo no dijo “sobre todo” en el sentido que nosotros entendemos. Dijo, por encima de todo colocad el gran escudo de la fe. Como sabéis, las legiones romanas tenían varias clases de escudos. Tenían el pequeño escudo redondo, que sólo servía para proteger el rostro y la cabeza de dardos y flechas. Pero además tenían el gran escudo que era capaz de protegerles completamente, y a menudo el ejército marchaba a la batalla protegiéndose con él. Al poner también los escudos a cada lado se formaba una especie de tejado impenetrable. Marchaban bajo él, el gran escudo estaba por encima de todo, lo cubría todo.
Todo lo demás necesita esto. Todo lo demás puede caer, puede resultar insuficiente. Acompañándolo todo, situado por encima de todo... ¡la fe! Se necesita la fe militante de la Iglesia para dejar patente aquí lo que Cristo ha dejado patente en los Cielos, es decir, el derrocamiento del Maligno. En lo que concierne a la Iglesia y a las cosas de este ámbito Satanás es derrocado ahora por la fe. Pero claro está, nuestra fe no descansa sobre algo que ha de ocurrir, sino que se basa en algo que ya es, es decir, la victoria de Cristo.
6. EL TESTIMONIO ACTUAL PARA EL DÍA DE GLORIA VENIDERO
Ahora bien, llego ya al último punto el cual no ha sido mencionado con anterioridad. El atributo final de esta casa espiritual, que se pone de manifiesto en los pasajes que acabamos de leer, es que la casa espiritual, la Iglesia, está aquí a la luz del día venidero de la plenitud de gloria para permanecer a la luz de eso, para recibir como el rocío esa luz y para reflejar la luz de ese día que ha de llegar.
En el Templo de Ezequiel, seguro que al leerlo os disteis cuenta de que después de tanto entrar y salir, dar vueltas, ir para arriba y para abajo, al final aquel hombre le guió a través de la puerta orientada hacia el este y hacia la gloria. El este es la salida del sol, el nuevo día, y de ese modo penetra la plenitud de la gloria venidera. La casa, como veis, está en el medio de la senda de la gloria venidera. Está ahí ubicada mirando hacia la salida del sol, hacia la gloria. Ese es el símbolo en Ezequiel, pero tenemos muchos otros pasajes.
“Para que seamos para alabanza de su gloria.” Esa es la Iglesia en Efesios. Pero también hay un pasaje en Hebreos.
Porque aún un poquito, y el que ha de venir vendrá, y no tardará. Más el justo vivirá por la fe... la fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve. (Hebreos 10:37—38, 11:1).
Como podéis ver se trata de permanecer por la fe a la luz de esa gloriosa esperanza, de esa bendita esperanza, y de saber en el corazón la certeza de esa gloria invisible. Estamos aquí como la casa de Dios para ser hoy un testimonio del día de gloria venidero. Pero no es un testimonio de palabras, ni doctrina; ha de ser testimonio de vida, de realidad. Pero tal cosa sólo puede ser de un modo espiritual y por lo tanto sólo puede suceder en la línea trazada por la fe. Tenemos que estar apercibidos del día del Señor, del día de gloria, de la venida del Señor en gloria; tenemos que estar apercibidos de ello de una forma espiritual. Hay cantidad de personas que lo están apercibiendo de un modo profético, pero no siempre veo que el estudio de la profecía conlleve gloria. Lo que veo es que a menudo implica una buena medida de muerte y confusión, y no todos los estudiantes proféticos viven en la gloria del día venidero. Viven en la creencia de ello, en los argumentos en pro de ello, pero no en su gloria. No será la adquisición meramente doctrinal o mental de esa gran verdad lo que extenderá esa gloria a nuestras vidas, sino un apercibir espiritual.
Yo estudiaba la profecía una barbaridad, y el Libro del Apocalipsis ocupaba una buena parte del estudio. Pero cuanto más lo estudiaba tanto más confuso estaba, tantas más dificultades hallaba. El estudio no me llevó muy lejos en la senda de la gloria. Pero más tarde el Señor me dio una pista y me mostró los principios espirituales que subyacen bajo el Libro del Apocalipsis y fui capaz de apercibir ese libro de un modo espiritual. No quiero decir que lo espiritualicé todo, sino que fui capaz de apercibirlo de un modo espiritual. La nube se levantó y hubo vida.
Haced vuestra esta venida del Señor; y, claro está, es la venida del Señor en gloria, cuando Él haya de ser glorificado en Sus santos... la llegada de la gloria del Señor desde el este. ¿Os habéis dado cuenta de que en cualquier momento de la dispensación, cuando se han reunido personas espirituales y en su reunión han estado hablando o cantando acerca de la venida del Señor, la gloria ha surgido y llegado de un modo espontáneo? ¿Os habíais dado cuenta? Ahora bien, no creo que sea algo meramente psicológico, y no lo creo porque todos estamos pensando en nosotros mismos, de cuán grandioso será el día en que seamos librados de nuestras cadenas. Más bien pienso que esta gloria ascendente ocurre muy a pesar de muchas cosas. Hemos vivido lo suficiente la mayoría de nosotros como para conocer a muchas personas que creían con gran fervor y decían con mucho énfasis que el Señor vendría mientras ellos vivieran, y que serían arrebatados, y resulta que llevan ya unos cuantos años en sus tumbas. Tal cosa bastaría para que os distanciarais de todo el asunto y dijerais, ¡eso ya lo hemos oído antes! Sería suficiente para situaros entre aquellos burlones de los cuales Pedro escribe, diciendo, “¿dónde está la promesa de su advenimiento? Porque desde el día en que los padres durmieron, todas las cosas permanecen así desde el principio de la creación.” (2ª Pedro 3:4).
Si queréis podéis tomar esa actitud; pero a pesar de todo eso, cuando contempláis la venida del Señor el asunto es más fuerte que tu mentalidad, que tus argumentos, que toda la confusa historia, y ves que la gloria alza su cabeza. A pesar de todo, sucede. ¿Cómo es posible? Así fue al principio de la dispensación de la Iglesia y así ha sido en cada época, aunque el Espíritu Santo sabía desde un principio que la venida del Señor no acaecería en un par de miles de años, por lo menos. Pero no obstante se ha manifestado esta explosión espontánea de verdadero gozo y gloria cuando personas espirituales han considerado la venida del Señor.
Pero, ¿cómo es posible? Porque el Espíritu Santo no vive en el tiempo, no pertenece al tiempo. El Espíritu Santo está fuera del tiempo y ya contempla el fin junto a Él y Él es el Espíritu del fin, y cuando realmente nos introducimos en el Espíritu estamos en ese fin donde el Espíritu está. Si dependemos de la mente —¡ay, esta forma de razonar las cosas!— aparte del Espíritu no hay ningún gozo. Pero cuando dejamos que ocurra, y estamos en el Espíritu, nos vemos junto al Espíritu Santo en el fin de los tiempos. Estamos fuera del tiempo, estamos ya de un modo profético en gloria. El Espíritu Santo es atemporal y cuando os salís del tiempo lo tenéis todo; obtenéis el fin de vuestras vidas, vuestra plenitud. Así, cuando Juan estuvo en la Isla de Patmos enseguida alcanzó el final de las cosas, aquello que nosotros aún no hemos alcanzado en el tiempo. Eso es lo que quiero decir cuando hablo de apercibir este asunto de un modo espiritual. Tened cuidado con la comprensión de la profecía de forma mental. El Espíritu Santo que está en ti te acercará a la realidad de las cosas de una forma viva. Por lo tanto hoy deberíamos permanecer por medio del Espíritu con la luz del día de la gloriosa plenitud del Señor. Deberíamos estar aquí como un testimonio, no de cosas proféticas ni de enseñanza o doctrina acerca de la Segunda Venida, ni todos los problemas que surgen de ello, sino del significado espiritual en sí. ¿Cuál es ese significado?
Vaya, ese es el fin hacia el cual Dios ha estado obrando a través de los siglos, aquello sobre lo que Su corazón descansa, en lo cual Él tiene Su satisfacción, Su gloria, Su alabanza, Su plenitud, y el Espíritu Santo está siempre allí para hacerlo de algún modo patente cuando reposamos en ello. Él está ahí para ser “las arras de nuestra herencia”, y para hacernos saber que después de todo es un asunto de fe.
No siempre sentimos la gloria de la venida del Señor, no siempre habitamos bajo el radiante sol de ese día, mas la “fe es la sustancia de lo que se espera, la [prueba] de lo que no se ve”, y cuando dejamos caer nuestros argumentos y nos introducimos en el Espíritu, es decir, cuando en verdad entramos en una relación con el Espíritu Santo, se desvanece el peso de esos argumentos, todas las aparentes contradicciones de la historia desaparecen. La gloria del Señor llega por la puerta que da al Este.
Porque aún un poquito, y el que ha de venir vendrá, y no tardará. Más el justo vivirá por la fe.
Por tanto, sea que el Señor fortalezca nuestra fe y mantenga igualmente nuestros corazones en ella.
Nota traductor: en inglés hay una gran diferencia entre hijo (son) y niño (child), que es la diferencia que marca el texto original griego. Los traductores castellanos no hicieron esta diferencia, y en ambos casos tradujeron “hijos”. Por ello optamos por la trasliteración “niños de Dios” (Children of God) tras añadir esta nota explicativa.
Ver nota 1. Desgraciadamente nuestra traducción de la Biblia nos ha legado “hijos” en los dos casos.
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