por T. Austin-Sparks
Capítulo 1 - La Centralidad y Supremacía del Señor Jesucristo
“Por lo cual también nosotros, desde el día que lo oímos, no cesamos de orar por vosotros, y de pedir que seáis llenos del conocimiento de su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual, para que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios; fortalecidos con todo poder, conforme a la potencia de su gloria, para toda paciencia y longanimidad; con gozo dando gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz; el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados. El es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación. Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten; y él es la cabeza del cuerpo que es la iglesia, él que es el principio, el primogénito de entre los muertos, para que en todo tenga la preeminencia; por cuanto agradó al Padre que en él habitase toda plenitud, y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz. Y a vosotros también, que erais en otro tiempo extraños y enemigos en vuestra mente, haciendo malas obras, ahora os ha reconciliado en su cuerpo de carne, por medio de la muerte, para presentaros santos y sin mancha e irreprensibles delante de él; si en verdad permanecéis fundados y firmes en la fe, y sin moveros de la esperanza del evangelio que habéis oído, el cual se predica en toda la creación que está debajo del cielo; del cual yo Pablo fui hecho ministro. Ahora me gozo en lo que padezco por vosotros, y cumplo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo, que es la iglesia; de la cual fui hecho ministro, según la administración de Dios que me fue dada para con vosotros, para que anuncie cumplidamente la palabra de Dios, el misterio que había estado oculto desde los siglos y edades, pero que ahora ha sido manifestado a sus santos, a quienes Dios quiso dar a conocer las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles; que es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria, a quien anunciamos, amonestando a todo hombre, y enseñando a todo hombre en toda sabiduría, a fin de presentar perfecto en Cristo Jesús a todo hombre; para lo cual también trabajo, luchando según la potencia de él, la cual actúa poderosamente en mí” (Colosenses 1:9-29).
La cláusula en el versículo 13 de Colosenses 1 representa ampliamente lo que hay en mi corazón durante este tiempo: "el Hijo de su amor" (1); de ello resulta la posición que Cristo ocupa conforme a la voluntad del Padre: "Él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten", y en todas las cosas tiene la preeminencia: por lo cual "Cristo en vosotros, (es) la esperanza de gloria". Podemos sintetizar todo esto en la frase: "La Centralidad y Supremacía del Señor Jesucristo", y en ello ocupar íntegramente no sólo el tiempo presente, sino el resto de nuestras vidas. Entonces es a la centralidad y supremacía del Hijo de Su amor a lo que nos vamos a abocar mientras el Señor nos permita.
CUATRO ESFERAS DE COMPRENSIÓN
La Palabra de Dios trae a la vista cuatro esferas en que ese pensamiento y propósito de Dios concernientes al Hijo de su amor serán comprendidos.
1. Está la esfera de la propia vida individual del creyente.
2. En segundo término, la esfera de la Iglesia que es su Cuerpo.
3. En tercer lugar, la esfera de los reinos de este mundo, las naciones de la tierra.
4. Y en cuarto lugar, Él (Cristo) como el ser central y supremo en el universo entero, el cielo y la tierra y lo que está debajo de la tierra.
Nosotros no seremos capaces, en este tiempo, de alcanzar todas esas esferas y ver lo que la Palabra de Dios tiene que decir sobre el Señor Jesús con relación a ellas, pero el Señor nos capacitará por lo menos en el conocimiento de una o dos de ellas. Pero antes, le recuerdo esto:
LA CENTRALIDAD Y SUPREMACÍA DEL SEÑOR JESÚS SON EL EJE Y LA LLAVE DE TODAS LAS ESCRITURAS
Naturalmente, el Señor Jesús mismo nos lo dice en Lucas 24. Allí le encontramos citando a Moisés, los Salmos, y todos los profetas, y lo que dicen concerniente a Él. Dondequiera que leamos la Palabra de Dios, el interrogante que siempre debe estar en nuestras mentes es "¿Qué tiene esto que ver con Cristo?". Si usted trae esa pregunta a su lectura de la Palabra de Dios, dondequiera que usted lea (y esto no es dicho sin entendimiento) conseguirá una nueva comprensión de la Palabra, usted hallará un nuevo valor en su lectura, porque las Escrituras –todas las Escrituras– hablan de Él. Aunque usted a veces pueda tener dificultades escudriñando, todavía Él está allí. El propósito final de todas las partes de la Palabra de Dios es remitirnos a Cristo.
Usted no debe leer la Palabra de Dios como historia, narración, profecía, o como sólo un tema en sí mismo sin hacerse siempre la pregunta: "¿Qué tiene esto que ver con Cristo?", y hasta que pueda hallar esa relación con Cristo, usted no ha encontrado la llave. Usted probablemente estará pensando en ciertas porciones difíciles de la Escritura. Pensará probablemente en el Libro de Proverbios, y dirá: "¿Qué relación hay aquí con Cristo?" Una sencilla sugerencia iluminará ese libro enseguida: Dondequiera que usted lea la palabra Sabiduría, ponga a 'Cristo' en lugar de 'Sabiduría'. Usted ha transformado el libro y captado su esencia, y eso es totalmente legítimo, apropiado, correcto, y la lectura se lo demostrará. Él es la Sabiduría de Dios, el Logos Eterno. Bien, sólo de pasada mencionamos esto porque lo que nosotros hemos de ver es la centralidad y universalidad del Señor Jesús, y Él está, por la voluntad divina, en el centro de todo en el universo, de cada fase y cada aspecto, y Él es su explicación.
TAMBIÉN LO ES LA EXPLICACIÓN DE LA ENCARNACIÓN
No sólo es verdadero esto acerca de las Escrituras, sino que lo es también respecto del objeto y explicación de su propia encarnación. Cuando usted está estudiando la persona, la vida y la obra del Señor Jesús, debe haber una búsqueda divina en su corazón, y esa búsqueda debe apuntar a los rasgos que sugieren su universalidad. Al acercarse de nuevo a la lectura de la vida del Señor Jesús con este pensamiento, usted no querrá un simple estudio utilitario de la Biblia, sino que verá que su horizonte se amplía y se agranda su propio corazón, haciéndole sentir la maravilla de Cristo.
Buscando esos rasgos de su universalidad no tendrá que ir muy lejos para encontrarlos. Ellos pueden remontarse a las profecías sobre su encarnación o puede hallarlos en la anunciación; pueden estar en las palabras de su precursor o bien en su nacimiento, con todas sus asociaciones e incidentes. El universo está allí. También están esos rasgos en su circuncisión. En la luz del resto de las Escrituras (que son ahora nuestras en el Nuevo Testamento) usted encontrará que hay rasgos universales incluso en su circuncisión, o en su presentación en el templo. También están en su visita a Jerusalén, en su bautismo, su ungimiento, su tentación, su enseñanza, sus obras, su transfiguración, su pasión, su muerte, su resurrección, su ascensión, su envío del Espíritu, su actividad presente, y su segunda venida. Lo que es universal está a la vista. Cada una de estas cosas está marcada por los rasgos universales, que se extienden hasta los mismos límites del universo y abrazan todas las edades, las eternidades y todos los reinos. Este no nos es un terreno desconocido, pero lo reiteramos para refrescar en nuestra mente la manera en que debemos considerar al Señor Jesús.
No estamos intentando hacerlo más grande de lo que Él es, sino de entender sus dimensiones reales; y la necesidad del pueblo de Dios es tener una nueva comprensión de la grandeza de su Cristo, una nueva apreciación del amado Hijo de Dios –y cuán poderoso, majestuoso, glorioso, maravilloso Hijo es Él– y entonces recordar que el Hijo nos fue dado a nosotros. Esto nos fortalecerá, nos dará crecimiento, y hará grandes cosas en nuestro caminar.
LA CENTRALIDAD Y SUPREMACÍA DE CRISTO EN LA VIDA DEL CREYENTE
Viniendo ahora a las aplicaciones más específicas de esta universalidad, a las esferas de su centralidad y supremacía ya mencionadas, consideramos primero su centralidad y supremacía en la vida del creyente. Permítanos mirar de nuevo esta palabra: "Cristo en vosotros, la esperanza de gloria". Usted notará en el contexto que el primer capítulo de la carta a los Colosenses nos lleva enseguida a la mente y al corazón de Dios antes de que el mundo fuera, y nos muestra qué está pasando en la mente y en el corazón del Padre con relación a Su Hijo.
Esto es llamado "el misterio", es decir, el secreto divino. Es impresionante ver que antes de que cualquier actividad creativa comenzara, Dios estaba atesorando un secreto en su corazón. El Padre tenía un secreto, algo que Él no había mostrado a nadie, ni dicho a nadie; un secreto acariciado, relacionado con Su Hijo. Fuera del secreto de su corazón, que involucraba a Su Hijo, en cada actividad suya a través de las edades, Él estaba ocupado de muchas formas, trabajando con su secreto, envolviéndolo en esas muchas actividades, en esas muchas formas y maneras de su autoexpresión. Nunca revelándolo, nunca proclamando lo que estaba en su corazón pese a sus muchas palabras, sino escondiéndolo, ocultándolo dentro de símbolos y tipos y muchas cosas. Todas ellas envolvieron un secreto, "el misterio".
Entonces, a la distancia, en la consumación, al final de estos tiempos, Él envió a su Hijo, el Hijo de su amor. Entonces, por la revelación del Espíritu Santo, Él se agradó en dar a conocer el misterio, contento de descubrir el secreto. Y el primer capítulo de la carta a los Colosenses señala el acto incomparable, sin parangón, de quitar el velo del secreto del corazón de Dios acerca del Hijo de su amor.
Léalo de nuevo, cada fragmento: ése era el secreto de Dios. Todo se resume en esto: "Para que en todo tenga la preeminencia". "En TODAS las cosas"; y entonces -y esto me maravilla; es algo que va más allá de nuestro entendimiento- todo ello, el secreto eterno del corazón de Dios en su poderosa manifestación, era tener el principio de su realización dentro del corazón individual de un creyente. En cuanto se refiere a la realización actual y práctica del misterio, el secreto de Dios, éste comienza dentro del corazón del creyente individual. Este misterio es: “Cristo en vosotros, la esperanza de gloria". Este secreto de Dios, lo que Dios ha tenido en su corazón desde la eternidad es: "Cristo en vosotros". Quiero enfatizarlo una vez más. Este secreto estaba en el corazón de Dios desde la eternidad, para ser puesto a su tiempo en nuestros corazones. Lo que estaba en la mente de Dios desde antes de la fundación del mundo, tiene su comienzo en la recepción de Cristo en el corazón del creyente individual mediante la fe.
Pero éste no es el fin, es el principio. Lo que seguirá será la Iglesia, que es su Cuerpo. Esto se ha previsto y está completo en el pensamiento eterno, pero seguirá a la recepción de Cristo por los creyentes individuales.
Pero la Iglesia que es su Cuerpo tampoco es el fin. Será el centro de otra esfera: los reinos de este mundo, las naciones que caminarán en su luz. Y entonces de nuevo, ése no será el fin, sino que se extenderá al universo entero. No sólo la humanidad glorificada, sino que también los ejércitos celestiales andarán en su luz.
Pero regresemos al individuo...
Dios empieza en el interior. Pablo tiene mucho que decir al creyente sobre este pensamiento eterno acerca de Cristo y Su centralidad. Concerniente a esta materia, él nos habla extensamente de su propia vida y su propia aspiración espiritual. Hasta donde puedo ver, él reúne todo en cinco aspectos principales:
1. la revelación interior de Cristo,
2. Cristo viviendo en el interior,
3. la formación interior de Cristo,
4. la habitación interior de Cristo, y
5. la consumación de Cristo en el interior.
1. LA REVELACIÓN INTERIOR DE CRISTO
Primeramente, la revelación interior de Cristo. Nos referimos a Gálatas 1:15,16. Regresamos al versículo 12 y vemos lo que significa: "Porque yo ni lo recibí ni lo aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo". "...agradó a Dios ... revelar a su Hijo en mí, para que yo le predicase entre los gentiles". Esto representa el lado interno de la experiencia del camino de Damasco. Hubo un suceso objetivo, externo. Hubo un lado interno en el cual Pablo entró porque esto ya había entrado en él, y creo que ese lado interior no estuvo confinado al momento –probablemente muy fugaz– en que la luz del cielo sobrepasó el resplandor del sol. La fase interior continuó al menos durante tres días.
Pablo anduvo tres días ciego, no viendo nada, y sin embargo todavía viendo. Observe la secuencia: "cuando agradó Dios ... revelar a su Hijo en mí ...
(inmediatamente)". Y si usted vuelve a Hechos 9 encontrará que al final de los tres días, cuando Ananías puso sus manos sobre él y recuperó su visión natural, había una revelación dada en lo íntimo: había sido quitado el velo de Jesucristo. Agradó a Dios revelar a Su Hijo en él. Nunca sabremos cuánto significaron esos tres días para Saulo. Fueron tres días poderosos, tremendos, terribles. Él estaba viendo al Señor Jesús interiormente, y apenas le hubo visto así, predicó que Jesús es el Hijo de Dios. Inmediatamente.
Amados, para nosotros este principio de la revelación interior de Jesucristo es tan válido como lo fue para Pablo. Nuestras vidas como hijos de Dios están constituidas por eso, y todo lo que somos y hacemos está fundado en esa revelación interior que ha resultado en Su centralidad y supremacía en nosotros. Es así incluso para las personas religiosas -como lo era ampliamente Saulo.
A menudo hay una reacción mental cuando hablamos de la conversión de Pablo y la naturaleza radical de ella: "Sí, bien, nosotros nunca hemos tenido tal experiencia; Dios nunca nos ha hecho lo que Él hizo a Saulo de Tarso; por consiguiente, no puede esperarse lo mismo de nosotros, y esto no puede ser básico en nuestras vidas". Ahora, a pesar de tal actitud mental, queremos reafirmar que usted y yo nunca seremos siervos del Señor con una vida espiritual real y efectiva más allá de la medida de nuestra aprehensión interior del Señor Jesús. Esto es fundamental.
Muchos no han tenido una celosa revelación o conocimiento del Señor Jesús porque ellos mismos no son celosos en nada. Saulo de Tarso era celoso y el Señor le halló en su propia base, sobre su propio terreno, y porque él era tan celoso, el Señor fue celoso con él. "Y severo serás para con el perverso" (Salmo 18:26). Y el Señor lo hizo. Si usted y yo somos más o menos descuidados sobre cosas espirituales, el Señor nos hallará sobre aquel terreno, y nunca llegaremos a ninguna parte; pero cuando lleguemos al punto de estar quemados hasta la última onza en los intereses del Señor, aunque podamos estar equivocados, sin embargo, Dios nos hallará completamente sobre aquel terreno.
¿No es verdad que con muchos el Señor ha tenido que traerles al lugar donde esto era un asunto de desesperación, la vida o la muerte que cuelga sobre un conocimiento nuevo de Él? Él no ha podido darles esa revelación interior hasta que no hubiese más vida para ellos sino por un conocimiento nuevo del Señor. Ellos no desearían vivir si el Señor no les viniera de un modo nuevo. Pienso que el Señor muy a menudo trabaja para provocar esto. Bien, aun para personas religiosas este principio se sostiene; todo depende, no de nuestra religión, no de nuestro celo religioso, sino de la revelación interior de Jesucristo, el Hijo del amor de Dios. Cristo trae el resplandor de la gloria de Dios a nuestros corazones, dice el apóstol, así como Moisés traía en su rostro la gloria de Dios desde el monte al campamento. Esa gloria de Dios le hizo Dios para el pueblo, porque el Señor dijo: "...y él te será a ti en lugar de boca, y tu serás para él en lugar de Dios" (Éxodo 4:16). De un modo más verdadero, absoluto, y esencial, Jesús trae el resplandor de la gloria de Dios a nuestros corazones. "Porque Dios ... es el que resplandeció en nuestros corazones, para la iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo" (2 Corintios 4:6).
TODO PROBADO POR ESTA REVELACIÓN INTERIOR
"... para que yo le predicase". Todo depende de eso. "... agradó a Dios ... revelar a su Hijo en mí, para que yo le predicase", o proclamase a Él. El pronombre subrayado va al corazón de todo, interroga todo, otorga el valor a todo: ¡Él! Desde el día de Pablo, mucha de la actividad cristiana ha sido promover un movimiento, difundir una enseñanza, llevar adelante los intereses de una institución. Pero el propósito de Dios no es establecer un movimiento en la tierra y conseguir seguidores, adherentes, miembros, apoyo. No es una institución, aunque nosotros podríamos llamar a esa institución la Iglesia.
La Iglesia no tiene existencia en el pensamiento de Dios aparte de la revelación de Jesucristo, y se juzga según la medida en que el Hijo del amor de Dios es evidente en su existencia. No es un testimonio, si por eso usted quiere decir una forma específica de enseñar, una doctrina sistematizada. No, no es un testimonio. Examinemos lo que queremos decir cuando hablamos sobre "el testimonio". Podemos tener en nuestras mentes algún arreglo de verdad, y esa verdad contenida en ciertas formas de palabras, y así hablar sobre "el testimonio"; no es eso el testimonio. No es la denominación, ni la "no denominación", ni la "interdenominación". No es la cristiandad. No es "la obra". Oh, nosotros siempre estamos hablando sobre "la obra". "¿Cómo va la obra?" "Estamos entregados a la obra, interesados en la obra...". No es una misión.
Es Cristo. "... para que yo le predicase". Si esta verdad hubiera permanecido central y preeminente, todos los terribles celos desintegradores nunca habrían tenido una oportunidad; la lamentable confusión que hoy reina en la cristiandad nunca habría sido tal. Es porque algo específico en sí mismo –un movimiento, una misión, una enseñanza, un testimonio, una comunión– han tomado el lugar de Cristo. Las personas han ido más allá, para proyectar aquello, para establecer lo otro. No se confesaría, no obstante es verdad, que hoy no es tanto el énfasis en Cristo como en nuestra obra.
Ahora, amados, una revelación interior es la cura para todo eso, y todo eso –¿estoy diciendo algo muy duro, algo demasiado amplio?– la existencia de todo ello representa la ausencia de una revelación interior adecuada de Cristo. Si Cristo, el Hijo del amor de Dios, es central y supremo en el corazón del creyente, todo lo demás se desmoronará. Las cosas que dividen se esfumarán en tanto que no son controversias con el Señor. Las controversias con Dios dividirán, pero esas cosas artificiales resultantes de la actividad del hombre y su proyección de sí mismo, su intromisión en los intereses de Dios, son cosas que no pueden morar donde hay una revelación interior plena del Señor Jesús.
Estas dos cosas están ante nosotros: por una parte, a causa de la revelación de Jesucristo en nuestro corazón nosotros tenemos una pasión por Él; por otro lado, debido a la ausencia de una revelación plena de Cristo en nuestros corazones nos abocamos a otras cosas que nosotros diríamos estaban en Sus intereses, y para Él, pero que nunca pueden satisfacer el corazón de Dios. Es la satisfacción del corazón del Padre lo que está en la mira.
EL SECRETO ETERNO DE DIOS
Desde la eternidad Dios tenía un secreto en su corazón. Yo digo un "secreto del corazón" porque este término, esta designación, "el Hijo de Su amor" está asociada con el misterio, el secreto. No era que Dios estaba intentando hacer a su Hijo un representante, un portavoz, en un sentido oficial. No era alguna actividad (me perdona si parece irreverente) del gran administrador del universo buscando promover a alguien en quien él tuviese algún interés. No, era el Hijo de Su amor. Su corazón estaba involucrado en ello, y había un secreto en su corazón concerniente a su Hijo: Él es el amado del Padre.
Estudie las referencias al Señor Jesús desde el lado divino, la revelación del corazón de Dios acerca de Cristo, y tendrá usted una nueva apreciación de lo que estamos diciendo.
El Señor Jesús, en la parábola de los labradores malvados, dice: "Finalmente, les envió a su hijo, diciendo: Tendrán respeto a mi hijo" (Mateo 21:37). ¿Por qué ellos deben reverenciar a Su Hijo? Porque Él era el Hijo del Padre. Debido a Aquél de quien Él era Hijo, debido a la relación. Ellos trataron mal a todos los sirvientes, pero con la venida del Hijo ciertamente cambiarán su actitud; ciertamente ellos le reverenciarán, le respetarán, le honrarán. Y fue porque ellos dijeron: "Éste es el heredero; venid, matémosle, y apoderémonos de su heredad" (v. 38), debido a su rechazo absoluto – rechazo de los derechos de Dios representado por Su Hijo– que fue pronunciado sobre ellos tan grande juicio.
Bien, es el Hijo del amor de Dios, la satisfacción plena del corazón de Dios, ese secreto eterno de su corazón. Eso queda bajo lo que nosotros somos y todo lo que hacemos. Nosotros somos los creyentes en la posición de "Cristo en vosotros". "Cristo en vosotros" representa la realización de los propósitos del corazón de Dios, es su manera de manifestar lo que estaba en su corazón en la eternidad pasada, "Cristo en vosotros". Podemos decir que Dios nunca puede cumplir el deseo de su corazón concerniente a su Hijo, sino cuando hay creyentes que reciben a Cristo en sus corazones. Por consiguiente, no está convirtiendo a las personas al cristianismo, o consiguiendo seguidores de un movimiento; es Cristo recibido, la satisfacción de Dios.
Entonces, cuando hemos recibido a Cristo, todo lo que hacemos con relación a Él, todo aquello en que tenemos una voz o una influencia, cualquier participación que tomemos en los intereses del Señor, debe ser siempre total y absolutamente para la expresión y revelación de Cristo. Ninguna asamblea, ninguna iglesia, ningún movimiento, ningún testimonio, ninguna comunión, justifica su existencia desde el punto de vista de Dios, excepto en la medida en que Cristo se exprese por ellos.
Amados, estamos hablando sobre el individuo. Ni usted ni yo estamos justificados declarando ser cristianos, excepto en la medida en que Cristo se manifiesta en usted, en mí; y toda la fuerza y el peso y el ingenio del infierno están en contra de esto. Los creyentes tienen más para disuadirles a ser semejantes a Cristo que cualquier otro en este mundo. Los creyentes reciben muchos más ataques para confundirles y hacerles traicionar a Cristo que ninguno. El infierno no podría estar más en contra de la revelación de Jesucristo. Todo empieza con esto: la revelación interior de Cristo.
Debemos tener muy presente esta revelación en nuestros corazones, en su doble expresión: en la vida y el servicio. "Para qué estoy aquí? ¿Por qué llevo el Nombre de Cristo? ¿Cuál es el significado de mi ser con relación al Señor? ¿Cuál es el propósito en mi salvación?" La respuesta es: No mi satisfacción, no mi gratificación, no mi salvación como fin en sí misma, sino la revelación de Jesucristo, la realización de Su centralidad y supremacía según el deseo del Padre. Y en segundo lugar, la pregunta es: "¿Para qué voy a trabajar? ¿Para intentar establecer alguna sociedad, alguna denominación, algún grupo no denominacional, para propagar una enseñanza, o una interpretación, o un sistema de verdad? ¿Estoy consagrado a alguna cosa así, o es a afianzar la absoluta centralidad y supremacía del Señor Jesús?" Cualquiera cosa que nosotros podamos decir, nunca podrá superar a ésta, empezamos y acabamos allí. Cristo es el principio y Cristo es el fin, la A y la Z, el Alfa y la Omega.
Debemos relacionarnos seriamente con el Señor sobre una nueva comprensión interior y apreciación del Señor Jesús. Es la única vía de liberación de toda indignidad y de cosas con que podamos estar asociados. Es: "Cristo en vosotros, la esperanza de gloria", y la única esperanza de gloria. Y si no es así, ciertamente llevará vergüenza y no gloria.
El Señor escriba estas reflexiones profundamente en nuestros corazones por causa de Su Nombre.
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