por T. Austin-Sparks
Capítulo 3 - La Clave de la Fe (conclusión)
“Y lo llevó fuera, y le dijo: Mira ahora los cielos, y cuenta las estrellas, si las puedes contar. Y le dijo: Así será tu descendencia” (Génesis 15:5).
“Era Abram de edad de noventa y nueve años, cuando le apareció Jehová y le dijo: Yo soy el Dios Todopoderoso; anda delante de mí y sé perfecto. Y pondré mi pacto entre mí y ti, y te multiplicaré en gran manera. Entonces Abram se postró sobre su rostro, y Dios habló con él, diciendo: He aquí mi pacto es contigo, y serás padre de muchedumbre de gentes. Y no se llamará más tu nombre Abram, sino que será tu nombre Abraham, porque te he puesto por padre de muchedumbre de gentes. Y te multiplicaré en gran manera, y haré naciones de ti, y reyes saldrán de ti. Y estableceré mi pacto entre mí y ti, y tu descendencia después de ti en sus generaciones, por pacto perpetuo, para ser tu Dios, y el de tu descendencia después de ti. Y te daré a ti, y a tu descendencia después de ti, la tierra en que moras, toda la tierra de Canaán en heredad perpetua; y seré el Dios de ellos” (Génesis 17:1-8).
“(como está escrito: Te he puesto por padre de muchas gentes) delante de Dios, a quien creyó, el cual da vida a los muertos, y llama las cosas que no son, como si fuesen. El creyó en esperanza contra esperanza, para llegar a ser padre de muchas gentes, conforme a lo que se le había dicho: Así será tu descendencia. Y no se debilitó en la fe al considerar su cuerpo, que estaba ya como muerto (siendo de casi cien años), o la esterilidad de la matriz de Sara. Tampoco dudó, por incredulidad, de la promesa de Dios, sino que se fortaleció en fe, dando gloria a Dios, plenamente convencido de que era también poderoso para hacer todo lo que había prometido; por lo cual también su fe le fue contada por justicia. Y no solamente con respecto a él se escribió que le fue contada, sino también con respecto a nosotros a quienes ha de ser contada, esto es, a los que creemos en el que levantó de los muertos a Jesús, Señor nuestro” (Romanos 4:17- 24).
“Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber a dónde iba. Por la fe habitó como extranjero en la tierra prometida como en tierra ajena, morando en tiendas con Isaac y Jacob, coherederos de la misma promesa; porque esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios” (Hebreos 11:8-10).
“Vino entonces a mí uno de los siete ángeles que tenían las siete copas llenas de las siete plagas postreras, y habló conmigo, diciendo: Ven acá, yo te mostraré la desposada, la esposa del Cordero. Y me llevó en el Espíritu a un monte grande y alto, y me mostró la gran ciudad santa de Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios, teniendo la gloria de Dios. Y su fulgor era semejante al de una piedra preciosísima, como piedra de jaspe, diáfana como el cristal. Tenía un muro grande y alto con doce puertas; y en las puertas, doce ángeles, y nombres inscritos, que son los de las doce tribus de los hijos de Israel; al oriente tres puertas; al norte tres puertas; al sur tres puertas; al occidente tres puertas. Y el muro de la ciudad tenía doce cimientos, y sobre ellos los doce nombres de los doce apóstoles del Cordero. El que hablaba conmigo tenía una caña de medir, de oro, para medir la ciudad, sus puertas y su muro. La ciudad se halla establecida en cuadro, y su longitud es igual a su anchura; y él midió la ciudad con la caña, doce mil estadios; la longitud, la altura y la anchura de ella son iguales. Y midió su muro, ciento cuarenta y cuatro codos, de medida de hombre, la cual es de ángel. El material de su muro era de jaspe; pero la ciudad era de oro puro, semejante al vidrio limpio” (Apocalipsis 21:9-18).
“Después me mostró un río limpio de agua de vida, resplandeciente como cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero. En medio de la calle de la ciudad, y a uno y otro lado del río, estaba el árbol de la vida, que produce doce frutos, dando cada mes su fruto; y las hojas del árbol eran para la sanidad de las naciones” (Apocalipsis 22:1-2).
Estuvimos hablando sobre el pensamiento gobernante en Dios del ensanchamiento, trayendo a la memoria Sus palabras a Abraham respecto del tremendo incremento que se había propuesto para Su siervo; y después vimos cómo cada pedacito de incremento vino en la línea de la prueba de la fe.
Esto no es una mera enseñanza. Estas cosas son muy pertinentes y apropiadas a nuestra necesidad del momento presente. Toda la obra del enemigo pretende por todos los medios y agencias, limitar lo que es de Dios, reducirlo, hacerlo tan pequeño como sea posible, y mantenerlo así. Los pensamientos de Dios, por supuesto, son completamente opuestos. Pero los pensamientos de Dios no operan ni se cumplen automáticamente. Él trata con personas vivas, no con un mundo mecánico. Es en un pueblo que Sus pensamientos han de hallar cumplimiento, individual y colectivamente. Así, para el cumplimiento de Sus pensamientos, toda la obra del enemigo ha de ser vencida.
LA BATALLA DE LA INCREDULIDAD
Ahora bien, la obra del enemigo no es sólo desde el exterior; es desde el interior. El enemigo tiene una posición en el hombre por naturaleza, en ti y en mi, y no es cosa pequeña ensancharnos hasta el ensanchamiento de Dios. Hay mucho en nosotros que siempre quiere frustrar y limitar a Dios. Esa posición del enemigo en nosotros por naturaleza es algo que siempre estorba a los pensamientos de Dios, como una fuerza positiva que resiste a Dios. La naturaleza esencial de la posición es la incredulidad, y no hay ni uno de nosotros, –no importa lo avanzados que estemos en el punto de nuestro progreso espiritual–, a quién no le quede ya más de la batalla con la incredulidad en su propio corazón.
“El pecado que nos acecha” (Hechos 12:1), que impide, retarda, y nos arresta en la carrera espiritual, es la incredulidad. Ya sabes que la Carta a los Hebreos está centrada en el progreso, progreso hasta la plenitud; y aquí, en esta metáfora de la raza “corriendo con paciencia la carrera puesta delante de nosotros”, encontramos la exhortación a dejar a un lado esa cosa que nos impide y que tan fácilmente nos acecha. Es la incredulidad. En el texto original, el pasaje que sigue inmediatamente, sin ninguna división de capítulos, es el capítulo onceavo de la carta, que es el capítulo de la fe. Así, de esa forma bastante general, es muy apropiado a nuestra necesidad presente hablar sobre este tema de la “fe para el ensanchamiento”, porque como fue con Abraham, así también es con todos nosotros.
Pero por supuesto, tiene aplicaciones concretas y específicas. En la obra del Señor, en un ministerio, en un testimonio, en una instrumentalidad para el propósito divino, hay veces cuando la dirección y el curso de todo parece estar cercano a cerrarlo todo, a impedirlo, a frustrarlo, y a llevarlo a su fin, y por causa de esto, surge una gran prueba de fe. Los involucrados son arrojados a una vorágine de gran conflicto, si Dios, después de todo, quiere esto, si quiere decir esto, si va detrás de esto, o si por el contrario, en vista de la acumulación de esfuerzos y actividades agobiantes, limitadoras y frustrantes, no se haya cometido ninguna falta y todo tenga que volver a ser revisado y estudiado. En momentos así, el enemigo pone mucha presión con preguntas. Es un tiempo de prueba severa de la fe. Y lo que es cierto colectivamente, es cierto en las vidas individuales de vez en cuando.
LAS PRUEBAS DE LA FE DE ABRAHAM
Ahora bien, el punto y el argumento de todo lo que vemos en la Biblia es esto: que la misma prueba de la fe es el camino de Dios para el ensanchamiento. Frescos ensanchamientos vendrán mediante pruebas frescas. Este es el orden de las cosas. Siempre ha sido así. Ves, aquí está Abraham. Con un juramento y un pacto, Dios le ha anunciado Sus pensamientos sobre ese gran ensanchamiento: “Haré tu descendencia como el polvo de la tierra” (Gén. 13:16). “Multiplicaré tu descendencia como las estrellas de los cielos y como la arena del mar” (22:17). Dios no ha dejado a Abraham con ninguna duda en cuanto a Sus pensamientos sobre el ensanchamiento.
Pero mira a las pruebas a las que Abraham fue llevado inmediatamente después. Hablando naturalmente, tenía toda la razón y el terreno para poder decir: “He cometido un error al pensar que Dios quería decir eso. He mal interpretado lo que el Señor quiso decir. He sido atrapado en alguna clase de ilusión”. Habría sido muy fácil para Abrahaam, bajo la presión y la prueba, haber reaccionado así. Pero la cuestión es esta, que el Señor ha hecho , en lo que se refiere a Abraham, mucho más de lo que Abraham jamás llegó a pensar. Porque ya sabes, toda la gran multitud que nos presenta a nosotros el último libro de la Biblia,”una gran multitud sin número” (Apocalipsis 7:9). “diez mil veces diez mil, y miles y miles (Ap. 5:1). Pablo dice que son la semilla de Abraham (Gá. 3:29). No judíos, sino creyentes, los hijos de la fe (3:7). Cada cual que tenga fe reposada en Dios, es la semilla de Abraham –semilla incontable. Se ha cumplido. Pero ve cómo la fe de Abraham fue progresivamente probada en este asunto del ensanchamiento. No fue una batalla luchada de una vez para siempre y terminada; sino a lo largo de toda una vida, hasta que llegó a los cien años de edad, en diferentes formas, en fases diferentes y con acentuado patetismo, una y otra vez surgía la prueba del ensanchamiento.
Pero cada prueba pasada, significaba un ensanchamiento mayor. Hemos dicho que esa es una forma y una ley del Señor. Es algo a guardar en nuestros corazones. El Salmista dijo: “Tus dichos guardé en mi corazón para no pecar contra Ti” (Salmos 119:11). El pecado de todos los pecados, en lo que respecta a Dios, es la incredulidad, y aquí hay una palabra que debemos guardar en nuestros corazones para el día de la prueba, el día cuando sintamos que nuestra fe está siendo tan probada y examinada y presionada, por las situaciones en las que nos hallemos, que debe significar limitación, debe funcionar para una interrupción, si es que no funciona para un final extremo. La Biblia a todo lo largo de sí, discute de la otra manera: que estas pruebas son el camino para el cumplimiento de Su propósito, y que el pensamiento de Dios es, en primer lugar, ensanchamiento.
ESTABLECIMIENTO
Pero si el ensanche espiritual es una necesidad y la obra de Dios, el testimonio de Jesús, necesita ser liberado y ampliado, ¿no es esto igualmente cierto en el asunto del establecimiento—el establecimiento del pueblo de Dios? Si Dios persigue el ensanchamiento, Él se revela ciertamente como deseoso igualmente de obrar hacia aquello que es sólido, hacia aquello que es sustancial, lo que se caracteriza por la estabilidad, la capacidad de aguante, la constancia, hacia todo lo digno de confianza, la fidelidad, la responsabilidad, la profundidad. Estas palabras tocan la situación muy muy de cerca.
Podemos recordar que el Nuevo Testamento fue escrito casi enteramente para el establecimiento de los creyentes. Las frases típicas son: “Anhelo veros... para que permanezcáis firmes hasta el fin” (Ro. 1:11), y “Ahora bien, el que nos afirma con vosotros en Cristo... es Dios” (2 Co. 1:21).
Dios obra por aquello que va a durar. Una característica de Dios es la característica del “para siempre”. “Lo que Dios haga, será para siembre” (Ecl. 3:14). El factor principal en el establecimiento es la fe. Primeramente el terreno objetivo es el establecimiento de fe. Este es el mensaje y el significado de la Carta a los Romanos. No puede haber una obra subjetiva hasta que esta posición objetiva sea asegurada. De otra manera, sería muy peligroso proceder de hecho con lo subjetivo. Toda obra más extensa y más completa en nosotros necesita una fe firme y establecida en lo que ha sido hecho por nosotros, y en lo que es nuestra posición por la gracia.
Después viene el establecimiento en la fe. Esto significa la eliminación de todo el terreno falso; cualquier área de confianza o fidelidad que no sea otra que a Dios mismo. En esta categoría del terreno falso vienen nuestros sentimientos, teorías, tradiciones, y todo el apoyo externo. Todas estas cosas serán manifiestamente falsas e incapaces de soportar la tensión de la verdadera prueba de la fe. Para poder ceñirnos a la realidad y a la verdadera vida, Dios sacude todas las posiciones falsas, sacude todo el terreno falso, y quita toda vana confianza.
Esto se aplica a nuestras vidas y a nuestra obra. Es muy impresionante darse cuenta de que estando Pablo prisionero y siendo abandonado por muchos viejos amigos, cuando muchas iglesias que eran la obra de su vida le dejaron, entonces es cuando él escribió cartas tan tremendamente firmes y confiadas como la de los “Efesios”; la de los “Colosenses”, o la de los”Filipenses”. Esto no indica que el creyera que la obra real estuviera viniéndose abajo. “Por los siglos de los siglos” es la característica de estos mensajes.
Pablo sabía lo que quería decir cuando al escribir a los Tesalonicenses, utiliza la frase, “vuestra obra de la fe” (1 Tes. 1:3). Esto era suyo, y le pagó grandes dividendos, aunque tanto la fe como la obra sufrieran pruebas muy severas. “El sol nunca más te servirá de luz para el día, ni el resplandor de la luna te alumbrará, sino que Jehová te será por luz perpetua, y el Dios tuyo por tu gloria” (Isaías 60:19). Eso es mucho más grande que las lumbreras naturales. ¡Qué grande es el Señor! Si nuestro sol es lo suficientemente grande para iluminar y calentar toda la tierra, ¡Cuánto más es el Señor! No guardes Su luz para tí mismo ni la ates en compartimentos. ”Levántate y resplandece porque ha venido ya tu luz, y la gloria del Señor ha nacido sobre ti”.
Preservando los deseos de T. Austin-Sparks con respecto a que se debe entregar libremente lo que libremente se ha recibido, estos escritos no tienen derechos de autor. Por lo tanto, estás en libertad de utilizar estos escritos según seas conducido a hacerlo. Sin embargo, si eliges compartir los escritos de este sito con otros, te pedimos que, por favor, los ofrezcas libremente: Sin costo alguno, sin pedir nada a cambio y enteramente libres de derechos de autor y con esta declaración incluida.