por T. Austin-Sparks
Capítulo 3 - La Devastación de la Cruz
El motivo de estos editoriales es un ejercicio amplio y serio sobre la naturaleza de la expresión local de la Iglesia. Mientras proseguimos esta investigación, estamos logrando situarnos cada vez más cerca del corazón de la cuestión. El fragmento más importante es que confiamos en que estamos cada vez más claros en cuanto a su significado real para cada representación local, de los “dos o tres", reunidos en el Nombre, cualquiera que sea el mayor número que pueda haber. Dejemos, entonces, llevarlo de regreso a lo correcto: no es una expresión o representación de alguna cosa, aunque sea llamada 'La Iglesia', como extra o fuera de Cristo, sino la presencia y la expresión de Cristo mismo. A esta realidad esencial nos la aplicamos ahora a nosotros mismos a lo largo de una más de las líneas que se encuentran en Él.
Pedro como Representante
Todos estamos de acuerdo en que, aunque la revelación plena de la Iglesia ha llegado a través de Pablo, Pedro fue el objeto al que fue dado tanto la promesa (Mateo 16:18) como la manifestación de la realidad (Hechos 2). Mientras tanto –demasiado, diría yo– de lo que se ha hecho de esto en el curso de la historia eclesiástica, estamos de acuerdo en que Pedro estaba en un lugar extraordinariamente importante al comienzo de la Iglesia en este mundo. Así que vamos a buscar a Pedro, con el fin de conseguir el factor más fundamental de todos en la Iglesia y las iglesias.
Cuando Pedro se sentó a escribir su carta circular a "los expatriados de la dispersión en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia, elegidos", comenzó con una doxología. Doxología que giró en torno a la vida con la esperanza que proviene de la resurrección de Jesucristo de entre los muertos. Pedro, quizá más que todos los hombres, ¡tenía motivos para una doxología sobre la resurrección de Jesús!
Pero tomemos a Pedro como representante de todos aquellos que se habían convertido en seguidores del Señor Jesús en los días de su carne; no sólo de los doce, sino que es evidente que hubo un número bastante importante de llamados más allá de las doce. Estaban los setenta, y, más allá de los setenta, muchos más que siguieron a Jesús, y tenían un apego a Él. Pedro puede ser tomado como, en un sentido muy real, representante de todos ellos.
La Devastación de la Cruz
Estamos pensando en este momento particularmente acerca de los efectos de la cruz sobre Pedro y sobre todos ellos. La devastación total, y luego la desesperación que les ha provocado la cruz del Señor Jesús. Por lo cual nos dice que todos eran "expatriados de la dispersión", y sabemos cómo, incluso antes de que la Cruz se convirtiera en una realidad, cualquier referencia a ella trajo una reacción terrible. De vez en cuando el Señor lo hizo simplemente para hacer alguna mención de su inminente muerte, y, al hacerlo, muchos se fueron, y no siguieron más con Él (Juan 6:66). Por otra parte, otros decían: "Dura es esta palabra; ¿quién la puede oír?" (Juan 6:60). Al parecer, se fueron también. El mismo pensamiento y la perspectiva de la Cruz fue imposible de aceptar. Cuando eso llegó, Pedro, como el centro mismo de todo los seguidores, se encuentra involucrado en la más vehemente negación, con una terrible negación de cualquier asociación con Cristo –y esto justamente por la cruz; y todos ellos concuerdan en eso, aunque no en palabra y en la misma forma de expresión, para decirnos que "todos los discípulos, dejándole, huyeron" (Mateo 26:56). Y Él les había dicho: «Seréis esparcidos cada uno por su lado, y me dejaréis solo" (Juan 16:32). Y eso se convirtió en realidad.
Entonces nos reunimos con ellos después de Su crucifixión. Nos encontramos con los dos en el camino de Emaús; allí vemos la encarnación misma de la desesperación. Para ellos, todo se había ido, se había hecho añicos. Todas sus esperanzas, y su esperanza, fueron eclipsadas. «Teníamos confianza...», o “Nosotros esperábamos que él era el que había de redimir a Israel" (Lucas 24:21). Ahora todo había desaparecido, y la esperanza puesta en su tumba.
De vez en cuando nos encontramos con Tomás, y sabemos lo que Tomás pensó acerca de la Cruz. De nuevo él estaba en las garras de una terrible desesperación y desesperanza –la pérdida de la fe, la pérdida de la garantía. A medida que avanzamos a través de los cuarenta días después de la resu- rrección, nos encontramos con que el Señor en repetidas ocasiones tuvo que reprenderlos a ellos, reprenderles, por su incredulidad. "No lo creyeron", dice (Marcos 16:11,13,14). «Algunos dudaban» (Mateo 28:17). Podemos ver lo que había sido un choque de la Cruz. No he utilizado una palabra muy fuerte cuando me han dicho que la Cruz fue nada menos que la devastación de todos los seguidores del Señor Jesús. Y justo en el corazón de todos ellos estaba Pedro; podemos decir que todo estaba concentrado en él. Debe haber sido así, en vista de lo que había hecho. Ponte en su lugar, si puedes, y trata de ver si tú tienes más esperanza por algo, o por ti mismo. ¡No! ¡No!
El Uno Esencial Supremo
Ahora, como pasaron cuarenta días de esto, cuarenta días de apariciones, desapariciones, de ir y venir, motivó que se conociera, de manera constante, el hecho de que fue resucitado, entonces día a día se fue superando esa desesperanza y esa incredulidad; y fue la creación de una nueva esperanza. Pero, incluso después de cuarenta días de darse todo eso, lo más importante es todavía insuficiente. Tú podrías pensar: "Bueno, teniendo en cuenta todo eso, ellos tienen suficiente incentivo para seguir adelante". Pero no; lo verdaderamente vital, incluso en ese momento, aún les faltaba. ¿Qué es? ¡Es Cristo dentro de ellos! Todo eso lo veían –¡Sí!, pero no a Cristo dentro de ellos – todavía. De ahí, por tanto, Su método de retención: «Quedaos vosotros en la ciudad de Jerusalén, hasta que seáis investidos de poder desde lo alto» (Lucas 24:49). “No te muevas aún. Con todo lo que tú tienes, realmente no has llegado aún al asunto vital, a lo esencial. Y eso es Cristo en vosotros, la esperanza de la gloria. ¡Cristo en vosotros!
Por eso los apóstoles fueron tan particulares como los conversos recibiendo el Espíritu Santo antes de sentirse seguros acerca de su conversión. Por lo tanto, allí estaban todas las noticias –no había ninguna razón para creer que las noticias eran falsas, meros rumores– sobre las cosas que estaban sucediendo en Samaria. ¿Acaso no dijo el Señor que iban a ser testigos de Él en Samaria? (Cfr. Hechos 1:8). La noticia viene de las cosas que suceden, de las personas que se conviertan al Señor, las reales conversiones que tienen lugar en grandes cantidades. ¿Por qué no estar satisfecho con el informe? Es una buena noticia, y seguramente no hay ninguna razón para dudar de ella. Pero no, los apóstoles no están satisfechos con eso. Ellos enviaron a algunos desde Jerusalén, y cuando descendieron a Samaria, les impusieron sus manos sobre ellos, para que pudieran recibir el Espíritu Santo (cfr. Hechos 8:14-17). Vemos una y otra vez, cómo sucede esto. Para ellos, las cosas no estaban realmente resueltas hasta que estuvieran seguros de que Cristo estaba en el interior de los nuevos convertidos –que Cristo estaba en ellos, lo que está diciendo lo mismo que «recibir el Espíritu Santo», el Espíritu de Jesús. Eso, digo yo, es lo que el Señor dijo: «Quedaos aquí, y no os mováis todavía". Y es por eso que los apóstoles fueron tan meticulosos en este asunto de «recibir el Espíritu Santo».
Eso, también, es por lo que el Espíritu Santo dio evidencias, en aquellos tiempos, que había venido al interior de ellos. Creemos que este libro, el libro de los Hechos, es un libro de principios fundamentales para la dispensación. Cuando los principios están establecidos en el primer caso, Dios siempre los afirma con poderosas evidencias de que son los verdaderos principios –que son las cosas que rigen para todos los tiempos. Dios pone Su sello en ellas. Así que, cuando recibieron el Espíritu, se manifestaban las evidencias del Espíritu. Ellos hablaban en lenguas, grandes cosas que sucedieron. Era claro para todos, sin duda alguna, que el Espíritu estaba en el interior de ellos; Cristo había entrado en ellos Ese Cristo universal, que trasciende todo lenguaje humano; ese Cristo de los Cielos, que trasciende todas las cosas de la tierra –Él había llegado, y fueron dadas las evidencias.
No hay ninguna duda sobre esto, que el asunto de Cristo dentro de nosotros es la esencia fundamental del cristianismo. Tú puedes tener los más poderosos hechos –los más poderosos hechos de Su nacimiento, de Su maravillosa vida, Su muerte, Su resurrección– y es posible que todos ellos sean los más poderosos de los hechos, y todos pueden ser impotentes, sin fuerza suficiente, hasta que Él esté dentro de ti! Esta es una declaración tremenda, pero es confirmada por al menos esta triple verdad: Quédate allí –no te nuevas todavía, pues ¡lo esencial no ha tenido lugar después de todo! Asegúrate de no dejar nada al azar ¡Que no sea sólo una recuperación emocional en Samaria! Lo que puede parecer en el exterior, para demostrar que algo ha sucedido, ¡asegúrate de que lo tienes dentro! Asegúrate de que Cristo está dentro de ti –de que el Espíritu Santo está dentro de ti. ¡Asegúrate! Porque, como lo veremos a medida que sigamos adelante, puede que tengas mucho –y, a continuación, por lo vital que falta, es posible que se produzca una catástrofe, como les sucedió a ellos.
Esta esperanza poderosa no descansa sólo en razones históricas –es decir, en el terreno del Jesús histórico. Esta esperanza se basa en la poderosa realidad interior –¡Cristo en vosotros! Eso es super-histórico. Y para el pleno significado de todo – el misterio que ha estado oculto de todas las generaciones– y ha estado allí a través de generaciones; pero ahora se dio a conocer, que “es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria", conforme el registro del apóstol Pablo,.
El Fundamento Insuficiente
Ahora, tanto por un enfoque general en la materia, vamos con mayor detalle a considerar a Pedro, y a los otros que sin duda representa.
En primer lugar, en aquel tiempo, en cuanto a la desesperanza, en última instancia, de una asociación meramente exterior con Cristo, aunque por lo menos sincera. No hay duda acerca de la sinceridad de Pedro o de cualquiera de esos seguidores. Ellos eran sinceros; había una devoción a Jesús, sus motivos no podían ponerse en duda, era con buena intención –no hay duda de ello. Habían dejado todo y le siguieron; y seguir a Jesús de Nazaret en aquellos días les involucraba en una cantidad considerable de problemas, al menos con la gente altiva, y el sistema político y religioso imperante. Su asociación con Él, sin duda, significaba algo.
Además, aunque tal vez no eran plenamente capaces de ver y entender, mientras que ellos no estuviesen en la plena luz de quién era Él –el hecho de quién era Él estaba presente con ellos.
Por ejemplo, está el hecho de la Encarnación –el hecho de esto: que este Uno en medio de ellos era Dios encarnado, era el Hijo de Dios, era Dios descendido del cielo para vivir en forma humana. He aquí el hecho. Estaban en estrecho contacto con este hecho cada día de sus vidas.
Entonces, estaba el hecho de Su personalidad: y no había forma de evitarlo, que ¡se trataba de una personalidad! Quiero decir, había una Presencia donde Él estaba, que era diferente, que se hizo sentir, que se registró. La suya fue una muy, muy impresionante Presencia, más allá de cualquiera otra persona con la que pudiese haber una asociación, o de los que ellos tenían algún otro conocimiento. Hay un misterio en torno a este Hombre; tú no puedes penetrar en Él, no lo puedes explicar a Él, no lo puedes comprender; Él es más, Él es diferente. Y a donde quiera que venga, Su Presencia tiene un efecto, y un efecto tremendo. ¡Es el hecho de Su Personalidad!
Y entonces, aunque no sabemos hasta qué punto fue, estaba el hecho de María y su secreto. No sabemos a cuántos habló de su secreto; se nos dice que ella “guardaba todas estas cosas en su corazón" (Lucas 2:19,51). Pero sí sabemos que algunos lo sabían. Sabemos que ella le contó todo a Elizabeth sobre eso; y Zacarías lo sabía; y Juan el Bautista conocía el secreto de María. Ella estaba allí con todos ellos. Existe el hecho de María y su secreto –que sin presionar demasiado, sin embargo está ahí.
Luego está el hecho de los milagros –no podemos muy bien salir de ellos. Milagros en el ámbito de los elementos –el mar y el viento; milagros en el reino de la naturaleza –como dice nuestro himno: "Era primavera, cuando Él tomó los panes, y de la cosecha cuando Él venció”. Milagros en el ámbito de la enfermedad y el sufrimiento, e incluso muerte; Su curación, y Su elevación de entre los muertos, como el hijo de la viuda de Naim. Estos son hechos. Y entonces, en el ámbito de los poderes del mal –amordazar a los demonios y echarlos fuera, y liberación de los endemoniados. Estos fueron todos los hechos presentes delante de ellos. Es una tremenda acumulación de pruebas.
Además, el hecho de la enseñanza: que, sin educación especial, Él llenó de perplejidad, confundió y derrotó a las autoridades de Su tiempo –todos los hombres de información y conocimiento, los escribas, los doctores de la ley, los mejores representantes de la intelectualidad de los judíos. En ocasiones llegaron a escoger sus mejores intelectuales, para ir y tratar de sorprenderle en Sus mismas palabras, y estos mismos hombres tuvieron que hacerse la pregunta: “¿Cómo sabe éste letras, sin haber estudiado?" (Juan 7:15). Allí radicaba el hecho de Su enseñanza.
He aquí una tremenda publicidad. ¡Qué situación! Tenían todo eso (y ¡cuánto más que abarcar!); y, sin embargo, al mismo tiempo estar en posesión de la masa total de los hechos poderosos y realidades acerca de Él, y mientras vivían en la más estrecha comunión con Él, les fue posible saber todo el caos y la desesperación de la Cruz. Me atrevo a decir que tú y yo, probablemente pensaríamos que, si sólo tuviéramos un poco de eso, estaríamos seguros para siempre, nunca tendríamos razón alguna para dudar de nuestra salvación. Y lo tenían todo, y sin embargo aquí los tenemos después de la cruz en la desesperación absoluta. No he exagerado, no creo que se podría exagerar en este asunto. Cuando llegó la prueba suprema, todo lo que no los salvó, había falta de Uno esencial para hacerlo todo vital, para que fuese el mismo triunfo en la hora de prueba. Ese uno esencial es Cristo –ese Cristo– en ti. En tanto que todo eso es objetivo, en el exterior, aunque tú puedes estar en estrecha asociación con todo, todavía hay algo que falta. Y lo que falta puede significar un desastre, por lo que hizo con ellos.
Por la resurrección nació una nueva esperanza, por la resurrección vino al mundo y a la vida humana un nuevo poder, por la resurrección se le abrió el camino a Cristo para que cambiara Su posición desde el Cielo –desde el exterior– en la vida interior del creyente. Todo tiene que ser "Cristo en vosotros, la esperanza de gloria". Esto es justo la naturaleza esencial de esta dispensación en la que vivimos. En la dispensación anterior, el Espíritu se movía desde el exterior. Jesús dijo: «Cuando Él venga, Él estará en vosotros". Ese es el cambio de dispensaciones; ese es el carácter de esta presente dispensación –el Espíritu interior. ¿Cuál es el secreto del poder de la Iglesia? ¿Cuál es el secreto de la vida del creyente, la fuerza, la persistencia, resistencia, el triunfo contra todo el infierno y el mundo? ¿Cuál es el secreto de la gloria final? Es Cristo en vosotros; en otras palabras, que real y definitivamente tú hayas recibido el Espíritu Santo.
¡Cuán importante es esto! Que tú y yo sepamos que nuestro cristianismo, nuestra fe, no se apoya en los hechos aun más históricos, sino que sabemos que Cristo está dentro de nosotros, sabemos que hemos recibido el Espíritu Santo. Ese es el secreto de todo.
Llevemos esto un poco más allá, y consideremos lo siguiente: la desesperanza de trabajar para Cristo sin Cristo en tu interior.
"13Después subió al monte, y llamó a sí a los que él quiso; y vinieron a él. 14Y estableció a doce, para que estuviesen con él" (Marcos 3:13,14); y designó a setenta, y los envió, y les dio poder sobre los espíritus inmundos, y sobre toda clase de enfermedades, y salieron y volvieron con gran alegría, diciendo: "Señor, aun los demonios se nos sujetan en tu nombre" (Lucas 10:1,17). ¡Tremendo! «Sanad a los enfermos» –Sí– "limpiad leprosos, resucitad muertos, echad fuera demonios; de gracia recibisteis, dad de gracia" (Mateo 10:8). Y volvieron con gran alegría; se hizo; ¡ellos lo habían visto! Y tú tienes esta imagen devastada de estas mismas personas después de la cruz –las mismas personas. Tú dices: ¿Esto es posible? ¿Esto es real? Si conoces tu propio corazón, sabrás que es posible. Pero ¿cuál es el significado de esto?
En el caso de los «doce» y los «setenta» hemos establecido un hecho extraño, maravilloso, y casi aterrador. Es que, en el amplio alcance del gobierno soberano de Dios –que es otra definición de «Reino de Dios»–, dentro del Estado soberano de Dios, muchas cosas se obtienen con sólo expresar la soberanía. Ellos no son de la esencia fundamental y permanente de Dios mismo, como en la naturaleza de las cosas, ellos son las obras de Dios. Digo, dentro de ese vasto ámbito de Su gobierno y Su reinado, Dios tiene un sinnúmero de instrumentos de Su soberanía –ya sea oficial, ya sea providencial– que Él sólo utiliza en su soberanía con relación a su propósito. Hay un propósito para ser servido, un fin para ser alcanzado, con respecto a Su Hijo, Jesucristo: Tiene que darse a conocer en este mundo que el Reino de Dios está cerca, y que Jesucristo es el centro de ese Reino. Y, a fin de hacerlo saber, Dios empleará soberanamente incluso al mismo diablo! Su soberanía reúne en sí muchas, muchas cosas que no son esencialmente de la naturaleza de Dios.
Tal vez tú te hayas sorprendido a veces, y te has preguntado perplejo y atónito el por qué Dios debe usar eso, y eso, y eso, y a tal y tales personas. Seguramente te hayas inclinado a decir: "Todo es contrario a lo que creo que es necesario a Dios para Su trabajo. Veo que la Biblia dice que los instrumentos tienen que ser de acuerdo con la mente de Dios, a fin de ser utilizados”. Pero la historia no ha confirmado lo contrario. Como digo, Él ha usado el diablo, y el diablo no está de acuerdo con la mente de Dios. Hay una soberanía de Dios extendida con relación a Su propósito.
Pero cuando tú has dicho eso, es un hecho alarmante cuando llegas a la obra de Dios. Quiero decir esto, que podamos estar trabajando para Dios, y hacer muchas cosas grandes como empleados del Reino de Dios, según la ley de Dios, y luego, al final, ¡ser echados fuera! Al final, nosotros mismos sólo podríamos ir maltrechos. Aquí está esta cosa extraña, que estos hombres salieron, doce y setenta, con esta "autoridad delegada" –esta autoridad delegada–, y ejerciéndola, y resultando grandes cosas, y luego esas mismas personas se encuentran, después de la Cruz, con su fe destrozada, nada para descansar. ¿Tú qué dices?
La Deficiencia Hecha Buena
¡Gracias a Dios, el libro de los Hechos transforma toda la situación! Debido a que el libro de los Hechos trae este nuevo factor poderoso: que Cristo, que había delegado la autoridad, ahora mora en nosotros como la autoridad misma. Y las obras son ahora grandes obras, pero las mismas no son sólo el trabajo para el Señor –son las obras del Señor. Todo esto va a demostrar este hecho tremendo: que es "Cristo en vosotros", que es la necesidad indispensable para la vida y el trabajo. Todo lo que ellos tenían en su relación con Él, luego todo eso lo podían hacer por su autoridad delegada –no obstante todos cayeron lejos de ser algo que podría hacerlos triunfantes a la hora de los más profundos análisis. ¡Y eso es algo!
Pablo puso su dedo en la llaga en Éfeso, si recuerdas, cuando dijo: "¿Habéis recibido el Espíritu Santo cuando creísteis?" (Hechos 19:2). Esto siempre fue preocupación de los apóstoles, y cada vez motivo de su búsqueda. Sabían que después, si sabían algo, eso era nada, nada; se levantarían a la nada, salvo el mismo Cristo que mora en nosotros.
Ahora, podemos, por supuesto, tener esas dos maneras. Es el lado negativo - la posibilidad casi aterradora que debe ser todo eso, y luego los desastres al final. Pero vamos a considerar lo de manera positiva. Qué cosa tan maravillosa es que estemos en la dispensación, cuando la única cosa que, por encima de todos las demás, que Dios hará realidad, es "Cristo en vosotros" –¡Cristo en vosotros! No es de extrañar que Pedro estallara con su doxología: "Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que... nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos". Tú necesitas ser Pedro para ser capaz de hablar como él hablaba, haber pasado por el terrible destrozo, en esa profundidad inefable de la desesperación, la pérdida de esperanza, para ser capaz de decir "una esperanza viva" –¡una esperanza viva! Y ¿qué es? "Cristo en vosotros, la esperanza de gloria".
No, no hay esperanza para nosotros, individualmente, no hay esperanza para nuestras congregaciones, nuestras iglesias, nuestras asambleas, no hay esperanza para el cristianismo –a menos que y hasta que el Cristo viviente, con toda la tremenda importancia de Su venida a este mundo, de Su vida aquí, de Su cruz, de Su resurrección, haya llegado, por el Espíritu Santo en el interior de las cosas, de personas e iglesias, hasta que sea "Cristo en vosotros". Todo lo demás puede estar allí –el credo, la enseñanza; tú puedes, con toda sinceridad y honestidad, decir: «Creo en Dios Padre..." y así sucesivamente –todo puede estar allí, y sin embargo, puede haber casos de desastre en lo que es más frecuentemente declarado.
Es el impacto de Cristo lo que importa. En esos primeros días no podía estar presente sin ser conocido, y eso es lo que tú y yo necesitamos, que es el secreto del poder de la Iglesia. Es la presencia de Cristo en el "interior" de ti y de mí, y de todas las personas juntamente, "este misterio entre las naciones, que es Cristo en vosotros". Ustedes están entre las naciones, y lo más profundo, la profundidad, lo más inexplicable es "Cristo en vosotros", ya que se encuentran entre las naciones, "la esperanza de gloria".
Es una cuestión de esperanza. Puede ser tocado por una profunda y terrible desesperación; puede ver la desintegración y la interrupción. Lo que necesitamos es un poderoso, la esperanza inmensa, una esperanza de vida –es decir, Cristo, Cristo resucitado, ¡Cristo mismo! Tenemos que ir más allá incluso de la resurrección, hasta donde podamos decir: Cristo es el presente, lo que Cristo significa, como dentro de nosotros.
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